miércoles, 27 de junio de 2012

El gesto que hace la diferencia


Hace poco me enteré de dos desagradables noticias y una muy notoria que evidenció la calidad de futbolistas que tenemos. La primera desafortunada novedad fue que el joven futbolista Miki Roqué, del Real Betis de España, falleció a causa de un cáncer pélvico pese a su dura lucha. El contraste de este anuncio fue que el capitán del FC Barcelona y la selección de España, Carles Puyol, costeaba el tratamiento del futbolista con la esperanza de salvarlo.
La pregunta es ¿en qué afecta este tipo de sucesos en el fútbol peruano?, pues la segunda noticia triste es la calidad de ídolos que contamos en nuestro medio. Salvo Paolo Guerrero, quien ayuda a un niño que padece de una penosa enfermedad, el resto es silencio y vergüenza.

Para empezar Claudio Pizarro en el 2005 creó su fundación con la idea de ayudar a los menores de edad. Incluso se anunció que los primeros  € 100.000 vendría del bolsillo del nuevo integrante del Bayern Munich. Sin embargo, hasta el momento no se tiene noticias sobre la iniciativa del 'Bombardero'. Más se habla sobre su Stud de caballos y los premios que obtiene antes de la ayuda que brinda.

Peor aún es el comportamiento de Jefferson Farfán y Juan Vargas. Según las versiones de sus amistades, el delantero del Schalke 04 puede gastar 13 mil soles en una noche de diversión, mandar a cerrar el local donde se encuentra y dejar que entre la cantidad de féminas que decida. Del trago, ni qué decir. Todo corre por cuenta del atacante.

Por parte del 'Loco', se sabe que gusta de juntarse con sus amigos del barrio de Magdalena y hacer de las suyas como cuando todavía era un joven desconocido que pateaba el balón en las divisiones menores de la 'U'.

Pese a ello, existen buenos ejemplos como el de Daniel Chávez, actual integrante de Unión Comercio. El ex integrante del Brujas de Bélgica y Otelul de Rumania se acuerda de sus familiares más cercanos y los viste con indumentaria deportiva e incluso les otorga un dinero.

Es de admirar el desprendimiento de Puyol y también se tiene que cuestionar el comportamiento de muchos actuales 'ídolos' del fútbol peruano. Si bien los buenos actos no nos clasificará al mundial, por lo menos podremos decir que contamos con verdaderos profesionales y mejores personas.

"Dar es el más elevado nivel de vida."
John Maxwell


martes, 13 de marzo de 2012

Del Atari al PS3

Estoy seguro que no soy el único que vivió la transformación de los videojuegos y ahora que se experimenta una gran variedad de plataformas, donde la Internet también está incluída, me siento gratificado de pasar de los 8 bits a las conexiones sin cables y en 3D.

Era fines de los años 80', cuando un primo me asombró con su Atari. Ni bien lo jugamos con mi hermano, quedamos prendidos de "Bobby go Home" y "Enduro". No pasó mucho tiempo para tener uno en casa. Consola con juegos incorporados, espacios para cassetes (que nunca compré) y un curioso joystick cuadrado, era lo más alucinante para mis 7 años.

A inicios de los 90' llegó el "Maxplay". Era la competencia del NES. Pese a ello, conocí a "Mario Bros", me convertí en un karateca con "Spartan X" y anoté muchos goles con los "Supercampeones". Pasaron apenas algunos años y tocó el turno del "Super Nintendo". La máquina y el juego de "Street Figther II" costó un ojo de la cara a mi  papá. Recuerdo que llegué a tener una maleta llena de cartuchos y pasábamos horas con mis primos frente a la televisión.

Con mucha pena y ante una crisis económica familiar, vendimos todo lo relacionado al Supernintendo para que llegue a nuestras manos el Nintendo 64. El costo de los juegos -entre 40 a 60 dólares- provocó que solo tengamos "Shadows of the Empire".

Pasó algún tiempo y cansado de no tener el famoso Play Station 2, mi hermano se animó a trabajar por espacio de un mes en un Call Center para invertir todo su sueldo en la consola. Los juegos baratos facilitaron la diversión electrónica por algunos años.

A mediados del 2010 me compré el PS3. El renovado juego -llamado así por su tamaño y capacidad de 120 Gigas- es uno de mis objetos favoritos y pienso que lo tendré por un buen tiempo más.

Con 30 años, sigo jugando videojuegos y no me importa lo que digan los demás. Es casi un hecho que en un futuro disfrutaré de los renovados juguetes electrónicos y enseñaré a mis hijos la tecnología antígua para que ellos me muestren la nueva.

lunes, 27 de febrero de 2012

Ese pobre hombre de marrón

Cualquier trabajo digno es símbolo de respeto y yo no tengo por qué cuestionarlo. Sin embargo, la labor del "Guachimán" es una función que se gana muchos anticuerpos gratuitos debido a la falta de criterio al momento de vigilar los ingresos de los edificios o centros de trabajo. Aquí va mi caso.

Llevo casi cuatro años perdiéndome reuniones familiares como cumpleaños de mis padres, hermano, primos, etc. debido a mi trabajo de noche. Ni qué decir de la Navidad y Año Nuevo. No cuenten conmigo. No obstante, este 26 de febrero del 2012 decidí saludar a mi papá por su cumpleaños. Promediaba las 8:00 pm. y, cuando mi progenitor volvía de trabajar, me encontró en la casa junto con mi padrino de confirmación  a quien vemos una a dos veces al año.

Como era reunión familiar me tomé dos vasos de cerveza y enrumbé al trabajo sin darme cuenta del evidente aliento a licor que llevaba. Al llegar al Edificio Italia en el Centro de Lima me aguardaba una ingrata sorpresa.

Un vigilante relativamente nuevo, -con el que ya había tenido un leve altercado hace unas semanas- se encontraba desparramado en su silla. Toqué la puerta y al abrir enseñé mi credencial para ingresar. Ni bien abrí la boca para saludar, el pobre individuo por poco y me saca a empujones al notar que tenía aliento a licor.

Intenté hacerle entrar en razón diciéndole que no estaba borracho ni iba a causar escándalo en mi centro de trabajo. Incluso respondí que bajo mi responsabilidad entraba a trabajar en ese estado. "No señor, Arte Express tiene como reglamento que nadie puede entrar con aliento a licor", dijo.

Llamé de inmediato a mi jefa y le expliqué lo ocurrido. Ella intentó convencerlo y nada. Volví a insistir al hombre de la puerta pero su rostro era de un rotundo NO. "Vuelvo en dos horas", anuncié con la esperanza de algún 'milagro' pero nada. Volví a casa con la rabia entre los dientes y con el deber de decir a mis padres lo sucedido. De paso me reincoporé a la fiesta. Total, ya ningún vigilante me iba a cuestionar.

Es cierto que esas personas hacen su trabajo y tienen normas que seguir, pero me pregunto. ¿A caso las personas somos robots y no tenemos familia?, ¿ese "Guachimán" nunca se tomó un vaso de cerveza y fue a su trabajo apresurado sin darse cuenta que tenía el aliento a licor?. Por último, acudo a su criterio y me digo. ¿Qué le costó decirme que no lo vuelva  a hacer y dejarme entrar?. No iba a armar escándalo, ni tampoco romper el mobiliario del trabajo. Fueron solo dos vasos de cerveza y suficiente para darme cuenta que existen personas con escaso juicio y solo se rigen a fríos reglamentos que no saben de sentimientos ni del trabajo intachable que realizo por las noches hace casi cuatro años.

Ojalá consiga una mejor labor o se jubile próximamente. Estoy seguro que nadie le otorgará un reconocimento como el vigilante del mes. Solo se llenará de antipatías por su forma estúpida de hacer una labor, donde se deben ubicar personas con criterio y no mofletudos personajes que se sienten los dueños del mundo por decidir quiénes ingresan a los lugares que custodian. ¡Ni que San Pedro les hubiese entregado las llaves del cielo!.